Antonio Montero Alcaide

Razonamiento de Julio César a los sevillanos

Bastante pretendió Julio César con un razonamiento que desconocía la ‘ojana’

A los sevillanos de mediados de siglo I a. de C. se dirigió Julio César con un Razonamiento que el presbítero Pablo Espinosa de los Monteros, sevillano asimismo, recoge en la primera parte de su Historia, antigüedades y grandezas de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, de 1627, impresa en Sevilla, Oficina de Matías Clavijo. Antes ya apuntó el autor la fundación de Itálica, donde “ahora está el convento de San Isidro, y lugar de Santi Ponce, fuera, y cerca de esta ciudad de Sevilla; hacia el Poniente”. Lugar donde, a finales del primer tercio del siglo XVII, cuando escribe Espinosa de los Monteros, “se ven algunos rastros, y ruinas, que más pienso que están desechas por la poca curiosidad de nuestros pasados, que por la injuria del tiempo”. Modo de señalar los descuidos del abandono de aquel sitio entonces conocido como “Sevilla la vieja”, y “en donde está aquel Anfiteatro, que él solo da a entender la notable grandeza de esta ciudad”.

Julio César, tras la batalla de Munda, en la que derrotó a Pompeyo durante la segunda guerra civil de la República romana, el año 45 a. de C., entra en Sevilla y, un día después, según cuenta el jerónimo e historiador cordobés Ambrosio de Morales (1513-1591), al que acude Espinosa de los Monteros, hace su Razonamiento a los sevillanos. En primer término, manifiesta su clemencia, ya que podía haber castigado la acogida a sus enemigos: “pues veis bien claro, que con las mismas victoriosas armas, con que he sembrado vuestros campos, y poblado vuestras riberas, de los despedazados cadáveres de mis enemigos; pudiera hoy también, regar con vuestra sangre estas calles, y poblar de vuestras cabezas estas plazas, por haberles dado acogida contra mí”. Afirma, luego, Julio César no hacerlo, por no ser de su natural condición verter sangre sin precisa necesidad, además de no entender como castigo a propósito el que se da con la muerte. Ya que, como venganza, es corta y, como satisfacción, escasa; pues la muerte hace que acaben con brevedad la pena y dolor, y el morir exime de la confusión y de la vergüenza que acompañan a la torpeza del delito. Creyó, por otra parte, Julio César que los sevillanos tenían un “pecho noble y un entendimiento sutil” y los convocó en un lugar que eligió por tribunal, “en que mi razón os juzgue; y vuestras conciencias os acusen; y vuestra confusión confiese los cargos; y vuestros semblantes publiquen la justicia”. Bastante pretendía, sin embargo, el dictador de la República romana de los sevillanos amonestados por su Razonamiento, y quedó sorprendido, como más adelanté expresará, por no encontrar buen juicio y cordura entre los que, acaso con un primigenio uso de la autóctona ojana, escuchaban con el disimulado asentimiento de la adulación. De ahí que Julio César se pregunte: “¿Qué es esto Sevillanos?”. Y ya será contada la razón.

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